No suelo hacer nunca críticas de
series españolas. No voy a ir con el cuento de que no me gustan. Solo por poner
algunos ejemplos, disfrute durante las primeras temporadas del Internado y
disfrute hasta el final con Gran Reserva y Los Misterios de Laura. Me gustó
Verano Azul y lo pase bien viendo las primeras temporadas de Cuéntame, e
incluso aun hoy veo algún capitulo (brillante el final de la temporada pasada
en la discoteca). Y una de mis series favoritas (junto con esta de la que voy a escribir hoy) es Crematorio.
Pero no me entusiasmaban, en el
sentido estricto de la palabra (causar verdadera admiración). El Ministerio me
entusiasma. Yo, que soy muy de pertenecer a grupos de seguidores asiduos a
series, películas o libros, de cuasi-obsesiva reverencia a más obras de las que
quisiera o debería reconocer, nunca había tenido tantas ganas del siguiente
capítulo de una serie española. De la siguiente temporada.
El Ministerio del Tiempo tiene
una premisa que reúne, cierto es, los requisitos necesarios para que alguien
como yo se vea interesada.
Es una series sobre viajes en el
tiempo, pero no opta por dar más que pinceladas teóricas y abstractas sobre el
hecho, sin centrarse demasiado en explicaciones, sino que lo da por cierto y
como punto de partida y sigue adelante. Es decir, es fantasía, no ciencia
ficción. No tengo nada en contra de la ciencia ficción, pero siempre me ha
interesado más la interacción del ser humano con determinados fenómenos que la
explicación de los mismos. Es decir, no me hubiera molestado que fuera ciencia
ficción, pero me encanta que sea fantasía.
Es una serie que utiliza la
teoría de la continuidad o el denominado por otros imperativo histórico para
sus viajes en el tiempo. No trata sobre cambiar la historia, sino sobre
mantenerla. Esto provoca dos hechos: el primero, sirve para jugar con la misma
pero sin disparates, pues sabiendo que al final todo ha de salir como debió
salir, la trama inicial de los capítulos es lo que debe resultar novedoso e
imaginativo, lo que supone el cambio, junto con el propio desarrollo hasta el
final previsto y escrito. Para alguien a quien siempre le ha interesado más el
viaje que el final, la forma de desenvolver una historia más que su desenlace,
esto es una delicia. Además que el final deba ser el que es (porque el tiempo
es el que es) hace que de paso nos den una clase de historia, literatura y
cultura patrias. Educación y entretenimiento. De nuevo, combinación de
presupuestos atrayentes.
Sin embargo, avanzando más allá
de su punto de partida, de su esquema conceptual inicial, El Ministerio del
Tiempo reniega de quedarse solamente en una buena idea. Reniega porque no es
únicamente esa combinación de fantasía histórica y de aventuras lo que ofrece.
Es mucho más.
Iniciada la primera temporada,
empecé a verla porque Victor Clavijo hacía de Lope de Vega en el mismo capítulo
en el que salía Miguel Rellán, dos actores que me encantan. Llevaba ya en
antena cinco capítulos cuando empecé. Pensé que el primero me costaría, pero
sería necesario para ver el segundo, asique habría que sacrificarse, además de
que las buenas criticas a la serie me estaban empezando a llamar la atención.
Fui tonta al pensar que me costaría, porque nada más lejos de la verdad. A la
primera de cambio me veo a Velázquez haciendo retratos robot y a funcionarios
no diferentes a los que de continuo son vilipendiados realizando su labor algo
resignados pero con mucha dedicación. A veces improvisando. De paso, me entero
de algo más de la Guerra de la Independencia y el Empecinado y acabo
perdidamente enamorada de la serie. Y era solo el primer capítulo. Después
llego aquel por el que decidí empezar a verla y tras una panorámica de la
Armada invencible (si alguien vuelve a decir que esta serie no llega a las de
la BBC háganme el favor de ponerse Doctor Who o Merlin, que si bien son muy
queridas están infinitamente peor hechas que el Ministerio en cuanto a efectos)
me envuelven en un drama personal y un dilema moral sobre la conveniencia de
salvar a Lope y de dejar morir al resto de soldados, entre ellos, el hijo de
Alonso.
Podría seguir capítulo por
capítulo elaborando todo lo que me hizo sonreír, reír, casi saltar del sofá de
emoción contenida o llorar (esa escena entre Picasso y Velázquez, ese Lazaro de
Tormes al borde del ajusticiamiento, ese Lorca despidiéndose de Julián) pero
serían ejemplos que solo llegarían a dar muestra de una mínima parte de la
grandeza de esta serie.
El Ministerio del Tiempo tiene
una gran premisa. Pero es que el Ministerio del tiempo es más porque tiene un
cuidado, una dedicación, un cariño en su realización, que traspasan cada plano
y la convierten en una maravilla. No es solo la premisa, son los actores y el
casting. Es el montaje (el otro día, sin ir más lejos, un capítulo del Cid
lleno de carga emocional dramática se permite relajarla con David Sainz y su
cameo equilibrando perfectamente la comedia con la tragedia. De la desesperanza
a la risa, y de nuevo al llanto por la despedida entre “Rodrigo” y Jimena sin
que nada quede descompensado, si no que la historia que subyace al pequeño
cameo completa el mensaje del sacrificio del funcionario en pos de la leyenda),
es el vestuario (cuidado y maravilloso), es la dirección (¿os acordáis de
aquella gloriosa entrada en el capítulo 5 de la patrulla, Irene y Ernesto en el
aeropuerto?), es el guion de cada capítulo que permite avanzar la
intra-historia de los interesantísimos personajes principales y los secundarios
del Ministerio a la vez que relaciona sus propias vidas (y las nuestras) con
los hechos que narran en cada episodio, ya pasados, pero no por ello carentes
de relevancia actual. Son los propios personajes, complejos, contradictorios
pero coherentes en su evolución, graciosos y con los que es fácil empatizar,
que no querrías sustituir ni siquiera por los grandes personajes de nuestra
Historia que aparecen en cada capítulo, y tan brillantemente interpretados.
Es el mensaje, ese mensaje propio
de las mejores fantasías narrativas en el que, sin edulcorar la realidad, nos
ponen en la posición de decidir qué hacer, si formar parte del problema o
intentar formar parte de la solución. Aunque sea improvisando. Aunque sea
sacrificando. Deconstruyendo la realidad para presentar su absurda estructura
pero señalando que la esperanza se encuentra siempre en nuestra propia actitud,
en nuestras propias decisiones. Al fin y al cabo, el tiempo es el que es, pero
el que está por venir aun no es nada, y depende de nosotros.
Por ello, por todo ello, por
divertirme, entretenerme, enseñarme y entusiasmarme, por las referencias a la
cultura popular, por no tomarse demasiado en serio a sí mismos pero por
tomarnos totalmente en serio a los espectadores, por el cariño que desprende
cada línea, cada plano y cada capítulo, permitidme no hacer un Spínola y espetar “maldito Olivares”, si no agradecer
profunda y sinceramente a sus creadores y a todo el que la hace posible esta
serie. De todo corazón.
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