jueves, 18 de febrero de 2016

El Ministerio del Tiempo. Gracias.



No suelo hacer nunca críticas de series españolas. No voy a ir con el cuento de que no me gustan. Solo por poner algunos ejemplos, disfrute durante las primeras temporadas del Internado y disfrute hasta el final con Gran Reserva y Los Misterios de Laura. Me gustó Verano Azul y lo pase bien viendo las primeras temporadas de Cuéntame, e incluso aun hoy veo algún capitulo (brillante el final de la temporada pasada en la discoteca). Y una de mis series favoritas (junto con esta de la que voy a escribir hoy) es Crematorio.

Pero no me entusiasmaban, en el sentido estricto de la palabra (causar verdadera admiración). El Ministerio me entusiasma. Yo, que soy muy de pertenecer a grupos de seguidores asiduos a series, películas o libros, de cuasi-obsesiva reverencia a más obras de las que quisiera o debería reconocer, nunca había tenido tantas ganas del siguiente capítulo de una serie española. De la siguiente temporada.



El Ministerio del Tiempo tiene una premisa que reúne, cierto es, los requisitos necesarios para que alguien como yo se vea interesada. 

Es una series sobre viajes en el tiempo, pero no opta por dar más que pinceladas teóricas y abstractas sobre el hecho, sin centrarse demasiado en explicaciones, sino que lo da por cierto y como punto de partida y sigue adelante. Es decir, es fantasía, no ciencia ficción. No tengo nada en contra de la ciencia ficción, pero siempre me ha interesado más la interacción del ser humano con determinados fenómenos que la explicación de los mismos. Es decir, no me hubiera molestado que fuera ciencia ficción, pero me encanta que sea fantasía. 

Es una serie que utiliza la teoría de la continuidad o el denominado por otros imperativo histórico para sus viajes en el tiempo. No trata sobre cambiar la historia, sino sobre mantenerla. Esto provoca dos hechos: el primero, sirve para jugar con la misma pero sin disparates, pues sabiendo que al final todo ha de salir como debió salir, la trama inicial de los capítulos es lo que debe resultar novedoso e imaginativo, lo que supone el cambio, junto con el propio desarrollo hasta el final previsto y escrito. Para alguien a quien siempre le ha interesado más el viaje que el final, la forma de desenvolver una historia más que su desenlace, esto es una delicia. Además que el final deba ser el que es (porque el tiempo es el que es) hace que de paso nos den una clase de historia, literatura y cultura patrias. Educación y entretenimiento. De nuevo, combinación de presupuestos atrayentes.

Sin embargo, avanzando más allá de su punto de partida, de su esquema conceptual inicial, El Ministerio del Tiempo reniega de quedarse solamente en una buena idea. Reniega porque no es únicamente esa combinación de fantasía histórica y de aventuras lo que ofrece. Es mucho más.

Iniciada la primera temporada, empecé a verla porque Victor Clavijo hacía de Lope de Vega en el mismo capítulo en el que salía Miguel Rellán, dos actores que me encantan. Llevaba ya en antena cinco capítulos cuando empecé. Pensé que el primero me costaría, pero sería necesario para ver el segundo, asique habría que sacrificarse, además de que las buenas criticas a la serie me estaban empezando a llamar la atención. Fui tonta al pensar que me costaría, porque nada más lejos de la verdad. A la primera de cambio me veo a Velázquez haciendo retratos robot y a funcionarios no diferentes a los que de continuo son vilipendiados realizando su labor algo resignados pero con mucha dedicación. A veces improvisando. De paso, me entero de algo más de la Guerra de la Independencia y el Empecinado y acabo perdidamente enamorada de la serie. Y era solo el primer capítulo. Después llego aquel por el que decidí empezar a verla y tras una panorámica de la Armada invencible (si alguien vuelve a decir que esta serie no llega a las de la BBC háganme el favor de ponerse Doctor Who o Merlin, que si bien son muy queridas están infinitamente peor hechas que el Ministerio en cuanto a efectos) me envuelven en un drama personal y un dilema moral sobre la conveniencia de salvar a Lope y de dejar morir al resto de soldados, entre ellos, el hijo de Alonso. 

Podría seguir capítulo por capítulo elaborando todo lo que me hizo sonreír, reír, casi saltar del sofá de emoción contenida o llorar (esa escena entre Picasso y Velázquez, ese Lazaro de Tormes al borde del ajusticiamiento, ese Lorca despidiéndose de Julián) pero serían ejemplos que solo llegarían a dar muestra de una mínima parte de la grandeza de esta serie.


El Ministerio del Tiempo tiene una gran premisa. Pero es que el Ministerio del tiempo es más porque tiene un cuidado, una dedicación, un cariño en su realización, que traspasan cada plano y la convierten en una maravilla. No es solo la premisa, son los actores y el casting. Es el montaje (el otro día, sin ir más lejos, un capítulo del Cid lleno de carga emocional dramática se permite relajarla con David Sainz y su cameo equilibrando perfectamente la comedia con la tragedia. De la desesperanza a la risa, y de nuevo al llanto por la despedida entre “Rodrigo” y Jimena sin que nada quede descompensado, si no que la historia que subyace al pequeño cameo completa el mensaje del sacrificio del funcionario en pos de la leyenda), es el vestuario (cuidado y maravilloso), es la dirección (¿os acordáis de aquella gloriosa entrada en el capítulo 5 de la patrulla, Irene y Ernesto en el aeropuerto?), es el guion de cada capítulo que permite avanzar la intra-historia de los interesantísimos personajes principales y los secundarios del Ministerio a la vez que relaciona sus propias vidas (y las nuestras) con los hechos que narran en cada episodio, ya pasados, pero no por ello carentes de relevancia actual. Son los propios personajes, complejos, contradictorios pero coherentes en su evolución, graciosos y con los que es fácil empatizar, que no querrías sustituir ni siquiera por los grandes personajes de nuestra Historia que aparecen en cada capítulo, y tan brillantemente interpretados.

Es el mensaje, ese mensaje propio de las mejores fantasías narrativas en el que, sin edulcorar la realidad, nos ponen en la posición de decidir qué hacer, si formar parte del problema o intentar formar parte de la solución. Aunque sea improvisando. Aunque sea sacrificando. Deconstruyendo la realidad para presentar su absurda estructura pero señalando que la esperanza se encuentra siempre en nuestra propia actitud, en nuestras propias decisiones. Al fin y al cabo, el tiempo es el que es, pero el que está por venir aun no es nada, y depende de nosotros.



Por ello, por todo ello, por divertirme, entretenerme, enseñarme y entusiasmarme, por las referencias a la cultura popular, por no tomarse demasiado en serio a sí mismos pero por tomarnos totalmente en serio a los espectadores, por el cariño que desprende cada línea, cada plano y cada capítulo, permitidme no hacer un Spínola  y espetar “maldito Olivares”, si no agradecer profunda y sinceramente a sus creadores y a todo el que la hace posible esta serie. De todo corazón.

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