Hace unos días termino Mad Men. Y
terminó como debió. Como debió porque su creador quería terminarla así. Como
debió porque tiene sentido. Como debió porque, por primera vez, una serie
centrada en un único personaje (aunque con un plantel de secundarios tan
acojonante que Peggy ha sido señalada no solo como un personaje paralelo a Don,
que lo es, si no también como la otra gran protagonista de la serie) termina
con una nota de optimismo, con un hálito de simpatía por los personajes.
Mad Men nos ha dejado una sonrisa, lo que otras no han podido hacer. Pero eso no era el defecto de aquellas. Los
Soprano nos dejaba sumidos en la duda aunque con una seguridad casi rayana a la
certeza del destino final de Tony. Boardwalk Empire no utiliza el recurso de un final abierto, pero el es bello, es poético, es también lo que debía ser. A seis metros bajo tierra tiene uno de los mejores finales, aunque tomando el camino contrario a Mad Men. A dos metros, también
de un hombre que se busca a si mismo durante toda la serie y por fin consigue
un poco de alegría termina con un final menos abierto que el de Don, y menos
esperanzador. Todo ha de tener un final.