sábado, 30 de mayo de 2015

De las grandes series y el peligro de la evolución actual del entretenimiento televisivo




Hace unos días termino Mad Men. Y terminó como debió. Como debió porque su creador quería terminarla así. Como debió porque tiene sentido. Como debió porque, por primera vez, una serie centrada en un único personaje (aunque con un plantel de secundarios tan acojonante que Peggy ha sido señalada no solo como un personaje paralelo a Don, que lo es, si no también como la otra gran protagonista de la serie) termina con una nota de optimismo, con un hálito de simpatía por los personajes.

Mad Men nos ha dejado una sonrisa, lo que otras no han podido hacer. Pero eso no era el defecto de aquellas. Los Soprano nos dejaba sumidos en la duda aunque con una seguridad casi rayana a la certeza del destino final de Tony. Boardwalk Empire no utiliza el recurso de un final abierto, pero el  es bello, es poético, es también lo que debía ser.  A seis metros bajo tierra tiene uno de los mejores finales, aunque tomando el camino contrario a Mad Men. A dos metros, también de un hombre que se busca a si mismo durante toda la serie y por fin consigue un poco de alegría termina con un final menos abierto que el de Don, y menos esperanzador. Todo ha de tener un final.


 Y ahora quiero referirme al de una serie que muchos opinan es la mejor de la historia y que a mí, personalmente, me parece una oportunidad desaprovechada. AMC tras Mad Men decidió seguir creando series y así nacieron The Walking Dead y Breaking bad. Y Breaking Bad se ha querido llevar el trono del mejor. La gente que así lo defiende o no ha visto demasiadas series, o no son lectores. La televisión, cuando empezó a alcanzar unas cuotas de calidad superiores incluso al cine lo hizo a través de Oz. Oz es una serie con varios puntos a favor a tener en cuenta. Primero, trata un tema tan poco conocido como el carcelario, y lo hace desde el punto de vista de los propios presos. Lo que es importante porque en muchos casos se toma una realidad y se la etiqueta, con todos los perjuicios que suele llevar el categorizar a un grupo de personas y luego se caen los tópicos hasta desproveer de su humanidad a los individuos que se integran en dichos grupos. Oz, al igual que de The Wire con los drogadictos y traficantes, se acerca a la persona, al individuo y destapa los verdaderos problemas que se encuentran en realidad en el sistema. Y así es como llegamos al segundo punto que aprovecha Oz por primera vez para luego dar lugar a series como Los Sopranos, Boardwalk Empire, Mad Men como al epítome de todas ellas, The Wire, y es el hecho de aprovechar los recursos literarios. Para señalar el problema aprovecha historias de individuos pero dejando en cada capítulo, en cada episodio, posos de realidad que sin ser advertidos excesivamente dentro del capítulo van construyendo el desenlace. Es cierto que Oz tiene muchas lagunas tras la primera temporada, especialmente en esa cuarta alargada, pero nunca llega a perder del todo la esencia literaria. Es cierto que The Wire es como tal la mejor serie en ese sentido, pero todas aprovechan la construcción propia de una novela, la creación de una historia a partir de pequeñas muestras de elementos que poco a poco la desarrollan en todos los episodios de manera que crece hasta alcanzar el climax final, sin por ello renunciar, ya que es televisión, a tramas de carácter episódico que entretengan.  Así, ya sea sobre el problema carcelario o el problema de las drogas, ya sea sobre la propia evolución de un sujeto principal, se plantea la historia que el autor ha querido contar: la brutalidad y podredumbre del sistema carcelario, la ineficacia del sistema y la perdida de los verdaderos fines de la sociedad,  la depresión en un sociópata y la mafia en la actualidad, la falta de objetivos vitales o las dudas sobre la propia identidad. Este último, siendo el principal tema de Mad Men se aúna de manera brillante con las dudas planteadas en los años 60 sobre la identidad de los Estados Unidos como nación. Y ahí es nada.

Cuando nos referimos a Breaking Bad. ¿Cuál es su tema principal? En punto de partida es el de un hombre desesperado por ayudar a su familia con el conocimiento de que era imposible pagar las facturas médicas que su enfermedad iba a costar por un sistema sanitario que solo busca el beneficio. ¿Qué temas podrían haberse tratado?: la problemática de la sanidad. Pero fuera de ser el punto de inicio de la historia, no se sigue hablando de ello. Segundo tema posible: el protagonista, en vez de pedir ayuda a sus familiares (justificación que se da al rechazo a esta opción que está cogida por los pelos) y decide ponerse a cocinar crack porque es químico. Pues bueno, tratemos el problema de las drogas y el narcotrafico en el sur estadounidense de manera realista ¿no? No, para qué. Cuando podemos sacar a una tortuga con una cabeza sobre su caparazón para causar el mayor impacto en los televidentes. Pero si eso mola.

Y ahí está el gran problema de Breaking Bad. No tiene sentido. Ninguno. ¿El final lo tiene? No. Que la muerte de Walter White sea algo que sepamos desde el principio es un hecho, pero para ese momento ya no nos importa Walter White. Que le jodan. El capítulo final, con esa pretensión de redención es lo más absurdo que he visto. Y es que el Walter White que en el capítulo Seven Thirty Seven (ojo, el capítulo primero de la segunda, donde Walter aun pensaba que lo que estaba haciendo lo hacía al menos para dejar en buena posición a su familia) nada tiene que ver con el de las tres últimas temporadas. Nada. Y eso se debe a que en vez de tratar la serie como un todo, Breaking Bad es una serie plagadas de giros de guion (plot twist) desde inicio hasta el final. Un problema compartido con Juego de Tronos en estas dos últimas temporadas. Cuando empiezas a tomar el recurso del giro de guión continuamente y sin cumplir con un mínimo de coherencia dentro de la propia historia los personajes de los que hablas se terminan desdibujando en su totalidad, siendo sombras de lo que fueron y acabando porque a nadie le importen.  Ojo, la gente le molara muchísimo el impacto. Puede que hablen de ello durante días. ¿Pero que habrán sacado de tu serie? ¿Qué ha significado todas esas horas delante de la pantalla? Una película puede permitirse el ser solo entretenida. La cuestión es la televisión de calidad, ¿puede? ¿Qué diferencia los numerosos giros de guion de series como Breaking Bad con los que puede haber en una telenovela típica, en la que si no hay una venganza espectacular por cada cinco episodios y muchos gritos (SAY MY NAME) y lloros (Jessie Pinkman) los televidentes de la sobre mesa no estarán contentos?

No pretendía este ser una crítica tan larga a Breaking Bad. Pero creo que, aunque es cierto que es injusto comparar, lo cierto es que no puedo llegar a entender las comparaciones que se están haciendo y que Juego de Tronos o Breaking Bad ganen en ellas. Cómo es posible. Que una serie sea lenta es para mí una bendición cuando finalmente ves lo bien construida que esta. La indiferencia con la que recibí el final de Breaking Bad y la desidia con la que sigo (y ni se por qué)  viendo Juego de Tronos nada tienen que ver con la sonrisa que me dejo en la cara Mad Men o con mi tristeza al terminar Boardwalk Empire y lo emocionada que estaba por su final. Ni de lejos con lo que aprendí con The Wire o  lo que me preocupe por el cabron de Tony durante toda la serie. Sé que una serie es cuestión de gustos, como todo. Pero solo quiero decir que si la evolución de las series va a tender hacia una serie de giros de guion tras otro bebiendo de influencias de series como Perdidos en vez una evolución de Oz, Los Soprano o The Wire como algo que contar, algo que enseñar, algo que conocer de nosotros mismos, entonces al menos, no lo llamemos televisión de calidad. Quedemonos con el calificativo de entretenimiento televisivo, que también es digno, y al menos no engaña.


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