El hecho de que sea uno de los
capítulos finales de Mad Men no ha mejorado la situación de muchos de los
participantes en la serie. A pesar de que el final llega para varios: Ted,
Harry, posiblemente Pete y Betty y sin duda Joan, para algunos otros queda aún algo
pendiente. En el caso de Roger y Peggy, queda la duda de si verdaderamente podrán
adaptarse, habiéndose bebido a la salud de SC&P el ultimo vermout en una de
tramas episódicas más surrealistas de la serie. Sí, Peggy entra comiéndose el
mundo en McCann, pero tras la debacle de Joan tengo dudas de si podrá contra el
muro patriarcal de la nueva agencia. Roger, por su parte, parece haber perdido
la última batalla, sin poder si quiera ayudar a Joan. Peggy le dijo que él debía
haber protegido a sus empleados. No pudo
en SC&P, y menos en McCann donde le han exiliado a la planta de retiro.
Y es que McCann es,
efectivamente, un lugar donde nada cambia. Hablando con un amigo intentando explicarle
la serie, comente que era una evolución de los Estados Unidos en los años 60 a
través de los vaivenes de una compañía publicitaria de Manhattan. Un reflejo de
la sociedad americana en su evolución desde finales de los 50 a principios de
los 70. Hasta cierto punto era cierto. America cambia en los 60 y los cambios
se dejan traslucir en SC&P. Pero no en Mccann. Desde la despedida de
Shirley “La publicidad no es un sitio para todo el mundo” (traducción: McCann
no contratara a una mujer afroamericana) como el desprecio de un subordinado y
el acoso sexual por parte de uno de los directivos hacia Joan, McCann no es SC&P.
Joan no está dispuesta a aceptar esta humillación, y sabiendo desde el capítulo
anterior que pare ella no había nuevas cuentas ni un sitio en McCann, decide
luchar, si no por su puesto, por lo que se le debe. Sin embargo, la derrota es
amarga y aquella mujer que iba a dejar su trabajo en Sterling and Cooper y
finalmente se embarca en SCD&P al final de la tercera temporada es obligada
a partir de forma especialmente dolorosa e inmerecida.
En el ámbito del poder, del
culmen, los cambios no suceden. En el cielo de la publicidad (o en el cielo a
secas) las cosas no están abiertas a la evolución. Comentaban que Last Horizon
es el nombre de la película que Don ve al inicio de la primera parte de la
temporada séptima. Es una película sobre una utopia, un lugar irreal y supuestamente
perfecto, del que todos quieren salir. La congelación se realiza sobre las personas
que en el habitan para que nadie envejezca. Para que nadie cambie. Eso es lo
que ocurre en McCann. Los cambios sufridos en la antigua compañía a raíz de los
cambios sufridos en la sociedad americana han sido para lugares como este una
farsa, un mero sueño, una evolución onírica tan irreal como Peggy patinando al
son del órgano de Roger Sterling. Es cierto que en SC&P no todo era bueno
(Peggy lo advierte al decirle a Roger que en realidad no quiere recordar lo
miserable que era allí) pero al menos habían sufrido cambios y los habían hecho
suyos. No había sido una utopía, pero de
eso se trataba.
Y a todo esto Don. Don inicia el capítulo
mirando por una ventana de un despacho sospechosamente parecido a su despacho
en la original Sterling Cooper. Don, que en los tres capítulos anteriores había
ido dejando su vida atrás: su matrimonio, su casa, su compañía, descubre la
mentira de esa huida hacia adelante: está en el mismo lugar en el que empezó.
Pero Don no está dispuesto a quedarse. Con la excusa de encontrar a Di, huye
hasta el lugar donde ésta tenía su casa y abandonó a una hija. Pero la jugada
le sale mal, Don ya no puede volver a ser otra persona, a iniciar de nuevo una
vida con otro nombre, otra historia. Don ya no puede jugar a ser un extraño.
Pero tampoco parece dispuesto a ser Don Draper y trabajar para McCann. Asique
nos despedimos de él en la carretera, rumbo a St. Paul y con tan solo dos capítulos
del final. Y tal vez a saber por fin quien va a decidir ser Don Draper. O quien
va a decidir dejar de ser.
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